sábado, 27 de mayo de 2017

Militancia, sí; electorado, no

Sí, queridos lectores, Pedro Sánchez ha ganado las primarias del PSOE. Ha vuelto a ser elegido Secretario General por la militancia socialista. Tenemos ante nosotros un nuevo episodio del circulo vicioso de la política española en los últimos años, en los que no termina de pasar nada nuevo y, aunque haya episodios novedosos, parece que ya hemos vivido todo esto, en un aroma a día de la marmota que llevamos soportando bastante tiempo.
Muchos análisis dicen que la elección de Pedro Sánchez confirma la infantilización de la militancia del PSOE; pero es en realidad la falta de una opción nueva, renovadora, la que confirma dicha infantilización, comenzada en época de Zapatero. Los tres candidatos son consolidados en la historia del partido y de los dos con opciones de ganar, fuera quien fuera, Pedro o Susana, la desunión era la etiqueta descriptiva. Sánchez tiene en contra a los socialistas moderados, desencantados con el acercamiento a la extrema izquierda. Díaz tiene en contra a los socialistas que van en contra del aparato del partido, representado por los dos ex presidentes del Gobierno socialistas, Felipe González y Rodríguez Zapatero; junto a los que estuvieron en contra de la abstención para facilitar la investidura de Mariano Rajoy.
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Es por ello que el trabajo que tiene Pedro Sánchez por delante no es nada sencillo ni breve. A priori, tiene que llevar a cabo la unión del partido en torno a su figura, junto a la recuperación socialista por organizar y articular una candidatura creíble y ganadora de cara a las próximas elecciones generales. Ahí es donde ha patinado en sus dos últimas candidaturas a presidente del Gobierno, consiguiendo bajar de 100 escaños, algo que no le ocurría al PSOE desde principios del siglo XX.
Y eso es algo que el secretario general del PSOE debe tener en cuenta. Las elecciones generales no han sido, ni mucho menos, su terreno más fértil. Si el partido socialista y Pedro Sánchez siguen sin conectar con la sociedad, Podemos se frota las manos y el tan mencionado adelanto electoral sí será realidad en la próxima cita electoral. Si no fuera por esta amenaza que representa Podemos, estaría encantado de que el PSOE siguiera cayendo. Pero es precisamente Podemos lo que hace que el PSOE tenga que defender una socialdemocracia moderada, alejada del populismo, que agregue en vez de dividir y que dispute el Gobierno de España con el Partido Popular. Si Pedro Sánchez sigue por el mismo camino, tropezará por enésima vez con la misma piedra y llevará al PSOE al onanismo político. Y es que, encerrarse en la militancia, si no tienes el apoyo electoral, no sirve de nada.

* Publicado en La Razón

sábado, 20 de mayo de 2017

¿Fuera empresas de la Universidad?

Es habitual encontrar pancartas colgadas de fachadas de universidades españolas. El lema, casi siempre el mismo: “fuera empresas de la Universidad”; dicho lema insiste en la necesidad, según dicen los colectivos afines a esta protesta, siempre anticapitalistas, de una educación enfocada a una economía social y no a los mercados.
Estamos ante un doble fallo de definición. Lo que llaman “economía social” no es más que vivir del sistema, vivir del Estado, de lo público, a base de enchufes o subvenciones, es decir, como auténticos parásitos de la sociedad. Una economía social es aquella que hace prosperar a una sociedad, en armonía y cooperación humana. Precisamente algo que no ha conseguido ninguno de los sistemas económicos anticapitalistas en las variedades de aplicación a lo largo de los últimos 200 años. Como demuestra la historia, la economía de mercado es la única que ha conseguido hacer prosperar a las sociedades donde se ha aplicado, mal que les pese a algunos.
Otro fallo de definición lo encontramos en “mercado”. Cualquier postura anticapitalista suele definir el mercado como el ámbito en el que se mueven los especuladores, las fuerzas que hacen que los ricos sean más ricos mientras los pobres siguen empobreciéndose. Nada de lo que ocurre en realidad. El mercado somos tú y yoSomos cada uno de nosotros. Rechazar la economía de libre mercado es querer vivir bajo cadenas, encadenados por el ente que controle la economía, llámese Estado, Banco Central, o como quieran. Y eso de social no tiene nada. Se evita cualquier incentivo al progreso y al desarrollo social.
Si queremos una sociedad que prospere, una economía social, no solo no que hay echar a las empresas de la Universidad, sino que necesitamos más cooperación entre empresas y centros universitarios. Las empresas, al fin y al cabo, son las que demandan trabajo, y deben ser un tentáculo de las universidades, para formar a los alumnos de cara a un mejor trabajo, y aprendizaje que de verdad sirva para el día de mañana (mejorar la oferta de trabajo en consonancia con lo que se demanda).
Todo ello, por supuesto, bajo un modelo de libre enseñanza y competencia entre universidades. Aquellos que quieran su economía antisocial disfrazada de economía social, que acudan a una universidad alejada de la realidad. El día de mañana, quiénes tendrían salarios más altos, mejores condiciones laborales y, en definitiva, mejor capital humano, ¿universidades que ignoran a las empresas o las que cuentan con ellas de cara a la formación de los alumnos? No tengo ninguna duda, las empresas son necesarias en el ámbito universitario para que el día de mañana disfrutemos de una sociedad mejor preparada.

* Publicado en La Razón

miércoles, 10 de mayo de 2017

La corrupción no es cuestión de partidos

En la actualidad hay un partido político que centra todas las miradas sobre corrupción, el Partido Popular. Es verdad que han aflorado en los últimos meses y años multitud de casos de corrupción de dirigentes populares y que eso, a mí particularmente, no me gusta, lo aborrezco. Pero la corrupción no es monopolio del PP, ni es cuestión de partidos, sino de la política en sí, de su poder y su expansión.
Es interesante señalar la amnesia colectiva que padece gran parte de la sociedad española. Ahora solo se habla de la corrupción ‘azul’, la del PP. Ya no se habla de la corrupción catalana a manos de la antigua Convergència, que ha manejado los hilos en Cataluña desde tiempos de Jordi Pujol y Artur Mas, que fue, en este ámbito también, su sucesor. Tampoco parece interesar ya la corrupción del PSOE, donde los ERE siguen acaparando la falta de decencia y dignidad de algunos dirigentes socialistas.
Y esto en cuanto corrupción económica. Pero la corrupción moral también importa en esta vida, y más en la esfera pública. Y si hay un partido que se lleva la palma en este ámbito actualmente es Podemos. Algunos dirigentes podemitas han asesorado al régimen chavista y simpatizan con el movimiento bolivariano. No tenían problema en decirlo en público cuando no eran famosos. Ahora que dependen muchos votos de su comportamiento, ya no lo defienden tanto en público, aunque su simpatía sigue estando presente en ellos. Por no hablar de perseguir la corrupción económica mientras se reúnen, amistan y/o comparten manifestaciones con proetarras y el brazo político de ETA. Esta corrupción moral, presente también en otros partidos, no cabe duda que tiene relación directa con la demagogia, y en eso Podemos se mueve como pez en el agua.
También ayuda a la sensación de que hay más corrupción el trato hacia un imputado o investigado. Se le suele tratar, tanto política como mediáticamente, como si ya hubiera sido condenado. Es algo que no tiene claro buena parte de la sociedad: un imputado no es un condenado, no se ha probado todavía que sea corrupto; por muchas evidencias que haya para pensarlo, hay que dejar hacer su trabajo a los tribunales.
Como he dicho antes, la corrupción no depende de los partidos. Es algo inherente a la política y su poder de expansión. A más ámbitos de decisión que tengan los políticos, más corrupción. A más poder discrecional, más corrupción. Como se puede desprender del Índice de Percepción de la Corrupción, que realiza cada año Transparencia Internacional, aquellos países con Estados más grandes y menos respeto por las libertades individuales son los países con mayor percepción de corrupción. También hay otro factor a tener en cuenta: la rendición de cuentas. Cuanto menos tenga que rendir cuentas un político ante los ciudadanos, más corrupción habrá.
Por mucho que Podemos y los partidos mal llamados “regeneracionistas” digan querer acabar con la corrupción, en realidad lo que les preocupa es el reparto de la corrupción. Podemos y el resto de partidos así etiquetados también tomarían las redes políticas que ofrece el Estado para utilizarlas a su favor.
Dejemos el BOE en manos de Podemos, dejemos que aumente su poder político y verán el resultado. Como su espejo político Hugo Chávez, el cual también quería acabar con la corrupción bipartidista en Venezuela. Ya ven ahora las consecuencias del régimen que él empezó en el país sudamericano.
Decía Lord Acton que “el poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por tanto, debe quedar claro que la corrupción no es cuestión de un partido u otro, sino que es inherente a la política, un vicio innato en ella, que se hace más grande cuanto más grande sea el poder y la expansión de la política propiamente dicha. Por ello, si quieres que haya menos corrupción, se debe defender la reducción de ámbitos de decisión discrecional de cualquier político, de cualquier partido y de cualquier administración pública.

*Publicado en La Razón

viernes, 5 de mayo de 2017

Por qué Turquía no es una democracia a pesar de las urnas

A lo largo de la historia política nos hemos encontrado multitud de personas que piensan que una democracia consiste solo en votar. Así, si la soberanía popular decide algo, se debe hacer tal, pues el “pueblo” así lo ha determinado. Es la democracia como poder del pueblo estricto, que solo consiste en elecciones y otros métodos de la soberanía popular. Un caso actual es el «socialismo del siglo XXI» que tenemos presente en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, por ejemplo. Estos socialistas, que poco difieren de los del siglo XX, toman como eje principal de su mandato la soberanía del “pueblo”, que los ha elegido, y ello les da, según el Chávez, Maduro o Correa de turno, legitimidad para hacer y deshacer a su antojo.
Pero la democracia no es solo votar y ni tan siquiera votar constituye un elemento democrático per se. A la hora de votar debe haber libertad y pluralidad de opciones (elecciones libres y plurales). Si se vota bajo coacción, cambiando las reglas del juego, o no hay pluralidad política, dicha votación no es democrática.
Como digo, la democracia no es solo votar. Hay más elementos que hacen de un sistema político que sea democrático. Una democracia también se caracteriza por la pluralidad y diversidad de opiniones. Por el respeto a la ‘minoría’. Sin diversidad ni respeto a la ‘minoría’ no hay democracia, sino tiranía de la mayoría (en sentido figurado, puesto que la tiranía es de una persona). Es por ello que hay elementos que entran en juego para que esto no ocurra. Por ejemplo, la división y separación de poderes, bajo la cual el poder judicial actúa como poder contramayoritario (para impedir el abuso de la mayoría y el salto de la ley).
Otros elementos fundamentales para que haya democracia es la libertad de expresión, la libertad de prensa (pluralidad de medios de comunicación e información) y la libertad de culto, como han desarrollado diversos politólogos de la talla de Giovanni Sartori, Juan Linz o Robert A. Dahl (quien introdujo el concepto de ‘poliarquía’, en referencia a lo que solemos llamar ‘democracia’), y otras figuras como Alexis de Tocqueville.
El pasado 16 de abril Turquía acudió a las urnas para decidir un referéndum planteado por el actual presidente, Recep Tayyip Erdogan. Dicho referéndum trataba una reforma constitucional por la cual se amplían los poderes ejecutivos del presidente. Entre las reformas, estarían, básicamente: la eliminación de la figura de primer ministro, otorgando al presidente sus funciones (se unen la jefatura de gobierno y la jefatura de Estado); todo el poder ejecutivo recaerá, por tanto, en la figura del presidente turco. El dominio del gobierno sobre las Fuerzas Armadas. El presidente podrá dictar decretos con fuerza de ley, algo que está actualmente reservado a estados de emergencia (como el que vive Turquía en la actualidad). Por otro lado, la intromisión del presidente en el poder judicial, con el control del Consejo Superior de Jueces y Fiscales y del Tribunal Constitucional. Un ejemplo: Erdogan podrá nombrar a 6 de los 13 miembros de dicho Consejo, mientras que los restantes los nombrará el parlamento, que si lo domina el partido del presidente, le asegura un control total sobre los jueces y tribunales. En definitiva, una reforma constitucional que amplía el poder de Erdogan y cercena todavía más la poca democracia que ha ido dejando en estos años.
En Turquía hay elecciones, sí. En Turquía votan. Pero en alguna ocasión, como denuncia la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) sobre el propio referéndum, sin garantías de haber sido una elección con el marco legal adecuado, esto es, contando votos reglamentarios, respetando el resultado y no cambiando la voluntad popular al antojo de Erdogan. Del mismo modo, la OSCE ha denunciado varias veces irregularidades en la campaña electoral, como la falta de transparencia en la financiación o el fraude electoral.
Si acudimos al índice sobre democracia que realiza The Economist, Turquía no sale demasiado bien parada. Ocupa la posición 97 (sobre 167 países) con una puntuación de apenas 5 sobre 10 (en la categoría de ‘régimen híbrido’, lejos de las categorías de ‘democracia defectuosa’ y ‘democracia plena’).
Acudiendo a Freedom House podemos tener una idea más clara de lo que es Turquía en relación con los derechos políticos y las libertades civiles. El resultado agregado ya desprende un profundo ambiente contrario a la libertad, alcanzando tan solo 38 puntos sobre 100 (donde 0 es ‘el menos libre’ y 100 ‘el más libre’). Por otro lado, sin sorpresas, el informe refleja el aumento del poder de Erdogan y la progresiva pérdida de libertades respecto al año anterior. En todos los ámbitos que mide Freedom House ha perdido puntuación respecto a 2016: procesos electorales, pluralismo político, gobernanza, libertad de expresión y culto (Erdogan está cambiando una Turquía laica por una Turquía islámica), libertad de asociación, imperio de la ley y autonomía personal.
Por tanto, en Turquía no hay democracia, pese a que haya urnas, debido a la poca seguridad que tenemos que sean elecciones libres y plurales. Por otro lado, un país que no alcanza una posición considerable en ningún ránking sobre democracia y libertades civiles y políticas. Desde la llegada de Erdogan, Turquía ha ido ampliando su déficit democrático. Con el resultado del referéndum, por el cual el presidente ampliará sus poderes, no me cabe la menor duda de que se irá ahondando el problema. Una vez más, un ejemplo de que votar no constituye per se una democracia, si no va acompañado de mecanismos como los que he descrito en este artículo.