jueves, 29 de diciembre de 2016

No todo es la desigualdad

Uno de los temas favoritos del mainstream económico actual es el de la desigualdad. Y más desde la crisis que comenzó en 2007. Se suele poner el acento en la diferencia de ingresos entre los deciles bajos (menos ingresos) y los deciles altos (más ingresos), hasta el punto de querer hacer ver que un aumento de los ingresos en las clases altas es la causa de una disminución de ingresos en las clases bajas. Es lo que se conoce como falacia de la economía como juego de suma cero, algo que no es real, puesto que lo que ganan unos no es porque lo pierdan otros o viceversa; puede aumentar la desigualdad reduciéndose la pobreza. Entender la economía como un juego de suma cero suele terminar siempre en la misma situación: una agenda política ‘anti-ricos’ en pro de más igualdad.

Aunque hay 3 tipos de desigualdad (renta, riqueza y consumo), habitualmente los medios de comunicación se refieren únicamente a la desigualdad de renta, desechando las dos restantes. Así, suelen decir que España es uno de los países más desiguales de Europa. En desigualdad de renta, sí. En desigualdad de riqueza y consumo ocurre todo lo contrario, como pone de manifiesto el informe sobre desigualdad que realizaron Ignacio Moncada y Juan Ramón Rallo (Instituto Juan de Mariana). En riqueza y consumo España es de los países menos desiguales de Europa.

¿Es la desigualdad el problema más importante? Un estudio del Pew Research Center da a entender que no. Entre las diferentes categorías económicas (economías avanzadas, emergentes y en desarrollo), en ninguna la desigualdad aparece como el problema más importante. Las economías avanzadas optan por la deuda pública (64% vs 56% desigualdad) y las economías emergentes ven como problema mayor el aumento de los precios (77% vs 60%). Por su parte, las economías en desarrollo creen que el mayor problema es el desempleo (86% vs 60%). No todo es la desigualdad, aunque muchos se empeñen en ello.

Creo que se debe poner más el enfoque en reducir la pobreza (esto es, intervenir menos en la economía) y no empeñarse en que la desigualdad sea mala per se. Como bien dice Pedro Schwartz, “no me importa la desigualdad porque no soy envidioso, me importa la pobreza”. Parece ser que España está llena de envidiosos.

* Publicado en La Razón

sábado, 24 de diciembre de 2016

No tengamos miedo a las máquinas

Es habitual encontrar artículos, ya sean periodísticos o académicos, que nadan a favor de la corriente ludita. El ludismo fue un movimiento que nació en Inglaterra a principios del siglo XIX (1ª Revolución Industrial), cuyo objetivo era impedir la sustitución de los mecanismos de trabajo habituales por máquinas. Tuvo su principal foco en la industria textil, donde los telares tradicionales fueron sustituidos por moderna maquinaria. Hoy en día muchos siguen empeñados en el rechazo a las máquinas, según dicen, porque favorecen el desempleo y los salarios bajos.
La creencia de que hay que conseguir pleno empleo sin poner atención a otros factores como la innovación, la productividad y el valor añadido es una falacia muy extendida en nuestros días. Si así fuera, pongámonos todos a remover arena con cucharas, removamos el agua con vasos, seguro que habrá trabajo para todo el mundo. Keynesianismo y todos felices. Pues no.
La tecnología, el uso de máquinas y la expansión fabril han permitido mayor innovación, mayor productividad y, por supuesto, mayor valor añadido que nunca antes. Y eso se ha traducido en mayores salarios. Como bien expuso recientemente el economista Juan Manuel López Zafra en un artículo, “la renta per cápita por empleado, valorada en moneda constante de 1990, ha pasado de los 4.700 dólares en 1870 a los más de 43.000 en 1998 en los países del centro y del norte de Europa. En España, desde 1913 y hasta 1988, se ha pasado de 6.000 dólares a casi 42.000”.
Las máquinas son nuestras aliadas y no nuestras adversarias. Son muchos los que dicen que las máquinas y el proceso tecnológico representan el anti-progreso, pero en realidad es el ludismo y el rechazo irracional a aquellas las que representan el anti-progreso. Si por los luditas fuera, el trabajo del siglo XXI seguiría los patrones preindustralización.
El mercado laboral no es estático. Los trabajos de hoy no son los de hace dos siglos. Muchos de los trabajos dentro de 50 años serán completamente diferentes. Muchos temen a las máquinas y al proceso tecnológico, pero la verdad es que no se ha cumplido lo que los luditas decían en el siglo XIX. Ni los salarios son más bajos ni hay más desempleo. Lo explica Henry Hazlitt en un capítulo de su magnífico libro «La economía en una lección». Las máquinas incrementan la producción y elevan el nivel de vida. Según Hazlitt, eso se lleva a cabo en alguna de estas dos formas: abaratando los productos al consumidor o aumentando los salarios (como consecuencia del aumento de la productividad). Es decir, aumenta el volumen de bienes y servicios asequibles a un mismo salario o aumenta el salario, pudiendo ocurrir ambas cosas, “pero en cualquier caso, máquinas, invenciones y descubrimientos aumentan los salarios reales”.
Por tanto, no hay que tener miedo a las máquinas ni a las nuevas tecnologías. Como he dicho, son aliadas y no adversarias.

* Publicado en La Razón

lunes, 19 de diciembre de 2016

El récord de Obama del que poco se habla

Si ha habido un tema por el que más críticas ha recibido (y sigue recibiendo) el presidente electo de EEUU -Donald Trump- es el de la inmigración. Junto a la promesa de la construcción de un muro en la frontera con México [Bill Clinton ya construyó uno a la altura de San Diego (CA) y Tijuana (México) en 1994] otro de los puntos que más ha llamado la atención ha sido el de deportar a los inmigrantes ilegales y aquellos que crucen de forma ilegal la frontera del país norteamericano, junto a los que tengan expedientes criminales, como expone en su programa electoral.
Aunque no lo parezca, esto no es una novedad en EEUU. Bien es cierto que muchos (por no decir todos) de los medios de comunicación alineados con la administración Obama, los Clinton y, en definitiva, el establishment estadounidense, han estado constantemente alertando de las medidas propuestas por Trump, como si fuera algo extraño y nunca antes visto, con el único fin de desprestigiarle y caricaturizarle.
Y digo que no es una novedad porque la deportación y expulsión de inmigrantes es una cuestión que han llevado a cabo todos los presidentes de EEUU, como muestra el gráfico 1. Y no por ello se es xenófobo o racista; es una cuestión diferente.
 Fuente: 2015 Yearbook of Immigration Statistics (Table 39)
Como se puede observar, durante el siglo XX las deportaciones no fueron abundantes, aunque sí estaban presentes. En 1997, durante el gobierno demócrata de Clinton se alcanzó por primera vez la centena de millar con 114.432 expulsiones. A partir de ahí siguieron aumentando hasta la llegada de Obama, cuando se ha alcanzado el record de deportaciones en la historia de EEUU. Durante sus 8 años de mandato Barack Obama ha sumado 2.750.000 de expulsiones hasta el momento (falta sumar el dato de 2016, no disponible aún). Y sin embargo, pese a conseguir un record de tal magnitud en la historia del país norteamericano, poco se habla de ello. Y si se habla, no se tacha la figura del presidente saliente de racista y xenófobo, desde luego. Una doble visión que contrasta con la imagen que suele darse de Donald Trump y su promesa de expulsar a inmigrantes ilegales y aquellos que hayan cometido delito alguno.

viernes, 2 de diciembre de 2016

El embargo y la victimización

Con la muerte del dictador Fidel Castro estamos asistiendo a un nuevo capítulo de la victimización característica de los sistemas políticos imperantes en Latino América. En esta ocasión, los fieles seguidores de la dictadura, no dejan de repetir que Cuba ha sido bloqueada constantemente en estas décadas de castrismo por EEUU y que ese bloqueo no les ha permitido desarrollarse como hubiesen querido.
La victimización ha sido una constante en el discurso del populismo latinoamericano (confrontación, división, enemigo culpable). También del socialismo, que evade cualquier tipo de responsabilidad individual, incluso colectiva, por lo que la culpa siempre es de otro. Desde el Descubrimiento de América hasta nuestros días, excusas varias, aunque casi siempre en el mismo sentido, han ido pasando con los años. Desde los descubridores y colonizadores de América (el mito del buen salvaje, que podemos ver en Michel de Montaigne y Rousseau, por ejemplo) hasta el neoliberalismo, pasando por los ‘yanquis’, el caso es que la culpa nunca es de los indígenas, ni del socialismo del siglo XXI ni de la revolución. Nunca hay autocrítica ni responsabilidad.
Como digo, el embargo no es más que otra victimización, según la cual Cuba es así porque EEUU no le deja progresar. ¿Pero eso es cierto? En 1962 J.F. Kennedy suspendió el comercio con Cuba. 3 años después de la Revolución Cubana. En ese tiempo, Cuba no había progresado. No había indicios de ello. Es más, fueron los propios revolucionarios los que expropiaron bienes estadounidenses en la isla desde su llegada al poder.
No sería hasta la Ley Torricelli (1992), una vez caído el Muro de Berlín y disuelta la URSS, cuando EEUU alienta a los gobiernos de otros países que mantienen relaciones comerciales con Cuba a restringir sus actividades de comercio y crédito, con la idea de imponer sanciones a cualquier país que comerciara a Cuba. 33 años después de la Revolución Cubana. En ese tiempo, Cuba seguía siendo una dictadura y tampoco había progresado económicamente. Fidel Castro había abrazado los postulados socialistas. Eso sí era un bloqueo a la isla.
Desde ese momento, otras leyes han ido surgiendo con la idea de reforzar el embargo contra Cuba mientras siguiera la dictadura castrista a los mandos de la isla.
Desde 1962 a 1992, Cuba podía comerciar con otros países que no fuera EEUU. Y en la actualidad lo sigue haciendo a pesar del supuesto «bloqueo», como demuestran su balanza comercial (exportaciones e importaciones). El problema es que el comercio en un país socialista es así: poco tiene que ofrecer y mucho tiene que demandar en el exterior. El verdadero bloqueo cubano es la dictadura, que impone y persigue a quienes no cumplen, mediante un Estado que ha engullido la economía de la isla. El resto, victimizaciones de quienes aplauden la dictadura. A ellos tampoco los absolverá la historia.

*Publicado en La Razón

jueves, 1 de diciembre de 2016

Sigue la dictadura

Ha muerto Fidel Castro, una de las figuras históricas del siglo XX y uno de los dictadores que más tiempo ha estado en el poder. 47 años al frente del gobierno autoritario que implantó al finalizar la Revolución Cubana, con el desbanco del anterior gobierno, dirigido por el general Batista.
Toda dictadura suele tener como método de cabecera la mentira y la imposición de unos postulados mediante la fuerza, incluso mediante mecanismos de terror. Y Fidel Castro no se iba a quedar atrás. La mentira la utilizó desde el momento que prometió devolver a Cuba la democracia y libertad política (elecciones libres y plurales, medios de comunicación independientes, pluralismo político) que la dictadura de Fulgencio Batista había apartado del camino. Nada de eso ocurrió cuando terminó victoriosa la revolución. No ha habido elecciones libres y plurales. No ha habido medios de comunicación independientes (solo es legal el Granma, afín al régimen, que se comporta como una rama del mismo, con la función de la propaganda). Tampoco ha habido pluralismo político; como ocurre en los regímenes de partido único, los demás partidos han estado ilegalizados y los que no han comulgado con las directrices del régimen, han sido perseguidos, muchos de ellos en el exilio, incluso encarcelados.
Los mecanismos de terror también han sido utilizados por el dictador cubano, al más fiel estilo de Lenin, quien impuso el «terror de masas» en lo que terminaría siendo la URSS, el cual se caracterizaba por la persecución del Otro, hasta su aniquilación, ya fuera social o física. ¿Cuál ha sido el «terror de masas» utilizado por el régimen castrista? Los campos de concentración conocidos como UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), cuya función era, entre otras, acabar con la homosexualidad (“El trabajo os hará hombres”). La Revolución Cubana persiguió a quienes no cumplían con el patrón sexual que impusieron los dirigentes revolucionarios. Las condiciones de vida en las UMAP eran pésimas, como en todo campo de reclutamiento forzoso. Y todo un aparato policial represivo, con persecuciones constantes y cárceles.
Como digo, en la Cuba castrista no ha habido libertad ni democracia. Tanto en el plano económico como político. Freedom House califica de “no libre” mientras The Heritage Foundation cierra su ranking de libertad económica con Cuba, solo superada por Corea del Norte.
Ha muerto Fidel Castro, pero Cuba sigue en manos de un régimen dictatorial encabezado por el hermano de la bestia, Raúl Castro. Los que anhelamos la libertad en la isla caribeña no debemos quedarnos aquí. Ahora es cuando más presión hay que meter. Ojalá podamos celebrar pronto el fin de la dictadura cubana. Libertad para Cuba. Cuanto antes.