Hace un año comenzaron en Venezuela una serie de protestas contra
el Gobierno de Nicolás Maduro; iniciadas el 4 de febrero en la ciudad de San
Cristóbal (Táchira) y el 12 de febrero en Caracas, el pueblo venezolano se echaba a las calles harto de la alta delincuencia,
el alto nivel de la inflación y la amplia escasez de productos básicos, como comida o medicamentos
–entre otras causas-.
La delincuencia alcanzó niveles nunca vistos anteriormente. Venezuela
se convirtió en el segundo
país con mayor tasa de homicidios del mundo en 2014, solo por detrás de Honduras,
produciéndose 24.980 muertes de manera
violenta, por las 24.763 que se produjeron un año anterior, según
los datos del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV). El balance de esta
ONG señala un saldo de 82 muertes violentas cada 100.000 habitantes, dato en el
que según reconoce OVV, se incluyen los casos de muertes por resistencia a la
autoridad.
En cuanto a la inflación, las políticas intervencionistas que Chávez llevó a cabo y que continúa
Maduro en la actualidad, han llevado a Venezuela a una situación
inaguantable, con una inflación
–esto es, el aumento generalizado de los precios durante un periodo fijo de
tiempo- que sobrepasa con mucho los 50 puntos (56.2%) durante el año 2013, ocupando
el puesto 222 en la clasificación por países, solo superada por Siria. En el año 2014 la inflación aumentó hasta
el 68.5%. Éste ha sido uno de los principales motivos de la escasez de productos básicos que
padecen los supermercados venezolanos, con sus anaqueles vacíos, al igual que el socialismo del siglo XXI, que no es más
que el
socialismo de siempre: una ideología vacía de libertad, de futuro y de
autocrítica.
Estas protestas, de las cuales se cumplen ahora un año, no han sido las primeras, ni serán las últimas en Venezuela. Mientras el país siga sumido
en esta ola de totalitarismo, pobreza y
crisis, todo seguirá igual; el
pueblo venezolano quiere libertad, no
quiere radicalismo ni represión policial al manifestarse por las calles de
Caracas o cualquier otra ciudad. Tampoco
quieren censura, quieren opinar libremente de su país o de sus dirigentes,
como en un país democrático. Ni mucho
menos quieren presos políticos, y en Venezuela hay más de medio centenar,
llegando a detener por participar en dichas manifestaciones a uno de los
líderes de Voluntad Popular, Leopoldo
López, quien lleva un año en prisión, y al que la fundación CEPS -de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón- asesoró a Chávez en 2011 acallarlo mediáticamente. Leopoldo López llegó a decir: “que
mi encarcelamiento esté contribuyendo en alguna medida al despertar de los
venezolanos, vale la pena… Saber que más allá de estas rejas, cada día miles de
venezolanos exigen en las calles un cambio pronto, pacífico y constitucional,
vale la pena…”. Admirable.
Venezuela
no es libre, por mucho que los chavistas de turno digan que sí; por mucho
que Pablo Iglesias y demás mafia de Podemos repitan por activa y por pasiva que
Venezuela es una referencia fundamental y que Hugo Chávez debe ser un referente
para los pueblos del sur de Europa. No. Ni
la Venezuela actual ni el comandante Chávez, al cual Pablo Iglesias echa mucho
de menos, pueden ser una referencia política ni moral para aquellos que rechazan
el absolutismo y defienden al individuo y una sociedad basada en la libertad política
y la libertad de expresión, entre otras.
Queda mucho por delante, pero deseo fervientemente que Venezuela llegue al final de este oscuro camino. La luz puede llegar en cualquier momento, y estoy seguro de que se encontrará la salida del chavismo y de
la dictadura que comenzó Hugo Chávez y continúa Nicolás Maduro. Y esa
salida debe producirse, como bien dice Jesús Torrealba, Secretario Ejecutivo de Mesa de la Unidad Democrática, “con una avalancha de votos, no con un golpe”.
Y cuando esa salida llegue y se pueda vivir democráticamente en Venezuela,
tocará no olvidar lo vivido durante estos largos años, porque ya saben, quien
olvida su historia está condenado a repetirla.
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